Me fui de Venezuela con la convicción de que hacía lo correcto. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que Caracas, como un cáncer inoperable, estaba enredada en lo más profundo de mi memopria. Mi Caracas, lo sé, es una geografía fragmentaria, incompleta, tendenciosa. Mi centro se ubica al final de la avenida Teresa de la Parra, no tiene plaza ni parlamento. Me costó entender que la tragedia del exilio la escriben las cosas invisibles, los pequeños detalles que pasan desapercibidos. No todo el mundo se da cuenta de que lo que duele, lo que se echa de menos, es la belleza espontánea de lo insignificante.