Cae la noche a toda prisa y el cristal helado produce en tus manos un tintineo leve pero muy agradable. La gran ciudad parece arder en toda su amplitud, en su apabullante telón de torres recubiertas de destellos, zurcidos ahora junto al polen diamantino de un millón de luce…y el sol se ha puesto ya detrás de ellas y la vieja luz rojiza del crepúsculo queda pinta sin calor, sin violencia, sobre el río. Y allí están los botes, los remolques, las barcazas que pasan y la perspectiva alada de los puentes con su gracia exultante. De pronto, ha caído la noche y hay barcos allí, hay barcos, y una ansiedad animal e intolerable dentro de ti que no consigues calmar.
Autore: Thomas Wolfe