La cena empezó con un surtido variado de pequeñas ostras sobre hielo con crema de limón. La señorita Tarabotti, que siempre había sido de la opinión que las ostras crudas se parecían considerablemente al excremento nasal, aparto el plato de ofensivos moluscos y observó, refugiada bajo sus largas pestañas como él consumía no menos de doce.
Autore: Gail Carriger