-Si te llevas un libro a un viaje –le había dicho Mo cuando introdujo el primero en la caja- sucede algo muy extraño: el libro empezará a atesorar tus recuerdos. Más tarde, bastará con abrirlo para trasladarte al lugar donde lo leíste por vez primera. Y con las primeras palabras recordarás todo: las imágenes, los olores, el helado que te comiste mientras leías… Créeme, los libros son como esas tiras de papel matamoscas. A nada se pegan tan bien los recuerdos como a las páginas impresas.

Seguramente tenía razón. Pero Meggie se llevaba en cada viaje sus libros también por otro motivo. Eran su hogar cuando estaba fuera de casa: voces familiares, amigos que nunca se peleaban con ella, amigos inteligentes, poderosos, audaces, experimentados, grandes viajeros curtidos en mil aventuras. Sus libros la alegraban cuando estaba triste y disipaban su aburrimiento mientras su padre cortaba el cuero y las telas y encuadernaba de nuevo viejas páginas que se habían tornado quebradizas por los incontables años y dedos que habían pasado por sus hojas.

Algunos libros la acompañaban siempre; otros se quedaban en casa porque no se adecuaban a la finalidad del viaje o porque tenían que dejar sitio para una nueva historia aún desconocida.

Autore: Cornelia Funke

-Si te llevas un libro a un viaje –le había dicho Mo cuando introdujo el primero en la caja- sucede algo muy extraño: el libro empezará a atesorar tus recuerdos. Más tarde, bastará con abrirlo para trasladarte al lugar donde lo leíste por vez primera. Y con las primeras palabras recordarás todo: las imágenes, los olores, el helado que te comiste mientras leías… Créeme, los libros son como esas tiras de papel matamoscas. A nada se pegan tan bien los recuerdos como a las páginas impresas.<br /><br />Seguramente tenía razón. Pero Meggie se llevaba en cada viaje sus libros también por otro motivo. Eran su hogar cuando estaba fuera de casa: voces familiares, amigos que nunca se peleaban con ella, amigos inteligentes, poderosos, audaces, experimentados, grandes viajeros curtidos en mil aventuras. Sus libros la alegraban cuando estaba triste y disipaban su aburrimiento mientras su padre cortaba el cuero y las telas y encuadernaba de nuevo viejas páginas que se habían tornado quebradizas por los incontables años y dedos que habían pasado por sus hojas.<br /><br />Algunos libros la acompañaban siempre; otros se quedaban en casa porque no se adecuaban a la finalidad del viaje o porque tenían que dejar sitio para una nueva historia aún desconocida. - Cornelia Funke




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