Encadenada del cuello a un árbol, desposeída de toda libertad, la de mo-verse, sentarse o pararse, hablar o callar, la de comer o beber, y aún la más elemental de todas, la de aliviarse del cuerpo, Entendí —pero me tomó muchos años hacerlo— que uno guarda la más valiosa de las libertades, la que nadie le puede arrebatar a uno: aquella de decidir quién unoq uiere ser. Ahí, en ese momento y como si fuera evidente, decidí que no sería más una víctima. Tenía la libertad de elegir entre odiar a Enrique o disolver ese odio en la fuerza de ser quien yo quería. Podía morir, claro está, pero yo ya estaba en otra parte. Era una sobreviviente.
Ingrid BetancourtTags: colombia secuestro farc guerrilla ingrid-betancourt
Aquella tarde, bajo la maldita lluvia, acurrucada sobre mi infortunio, entendí que sin duda podía ser como ellos.
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Debía seguir caminando, seguir en movimiento, alejarme. Al amanecer volverían a iniciar la persecución. Mas en el calor de la acción me repetía «soy libre», y mi voz me hacía compañía
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Mientras terminaba la correa que me había ayudado a comenzar,perdida en mis meditaciones, le agradecí en silencio por el tiempo que había dedicado a hablar conmigo, más que por el arte que me había transmitido, pues descubría que lo más valioso que tienen los demás para darnos es su tiempo. El tiempo al cual la muerte le da su valor.
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En poco tiempo, me volví adicta al diccionario. Me pasaba la mañana sentada en mi mesa de trabajo, con una vista inmejorable sobre el río, y viajaba en el tiempo y el espacio pasando cada hoja. Al principio, me dejaba llevar por el capricho del momento. Poco a poco, fui estableciendo una metodología que me permitía hacer investigaciones sobre un tema preestablecido con la lógica de un juego de pistas. No podía creer tanta felicidad. Ya no sentía el paso del tiempo.
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Comprendía, entonces, que la vida nos da montones de provisiones para nuestras travesías por el desierto. Todo lo que había adquirido de manera activa o pasiva, todo lo que había aprendido voluntariamente o por osmosis, volvía a mí como las verdaderas riquezas de mi existencia, cuando lo había perdido todo.
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Ya había oído a los guerrilleros referirse a nosotros como «la carga», «los paquetes», y eso me había aterrado. No era una expresión anodina. Por el contrario. Buscaba deshumanizarnos. Es más fácil dispararle a un paquete que a un ser humano. Eso les permitía vivir sin culpabilidad el horror quenos hacían padecer. Ya era bastante difícil ver que la guerrilla empleara esos términos para referirse a nosotros. Pero que cayéramos en la trampa de utilizarlos nosotros mismos me parecía espantoso. Yo veía en eso el comienzo de un proceso de degradación que a ellos les convenía, y al queyo quería oponerme. Si la palabra dignidad tenía algún sentido, era impo-sible que aceptáramos numerarnos.
Ingrid BetancourtYo lo sé, la resistencia, el coraje, la fuerza no son infinitas. Sólo te pedimos un poco más. Sólo un poco...
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